Colecciono Lujuria, parte I: Mar y Montaña

Colecciono Lujuria es una serie de relatos breves basados en fantasías reales de personas anónimas. En este caso,  un hombre de 17 años, pastelero de profesión.

Nunca había pagado tanto por comida, y menos aún por unos gnocchi congelados  con un aire desinflado de salsa barbacoa. Aún que parecía que valía la pena pagar por las vistas que tenía des de mi mesa en el restaurante: un par de mesas lejos de la mía, un par de chicas parecían quererse mucho mucho.  Una tenía una larga melena morena, ondulada, que le caía por encima los hombros descubiertos de un vestidito verde, a juego con sus bosquecinos ojos y las sombras de un tatuaje que llevaba en el cuello. Su amada amiga era de piel clara, con un rubísimo pelo recogido en un moño juvenil. Llevaba una camisa azul, metida dentro de una estrecha falda negra de tubo.

En algún momento, sus oceánicos ojos se fijaron en mí que, embobado mirándolas, ni siquiera fingía estar comiendo mis gnocchi. Al darse cuenta de ser parte de un espectáculo para algún aburrido, la reina de los mares susurró algo a su amiga ninfa del bosque, y luego la besó tiernamente en los labios. Tan tierna y dulcemente que parecía que brotara miel de sus labios de Chanel. La mujer de los bosques escribió algo en una libretita mientras la sirenita se encendía un cigarrillo. Sonreían, coloradas, dulces, deliciosas. Cuando acabó de escribir, se levantó y se dirigió al servicio mientras su amiga se acababa el cigarrillo y arrancaba y doblaba el papelito. Ella misma se levanta, tira la colilla del pitillo y para medio segundo delante de mi mesa, donde deja el papelito doblado, sonríe, y se larga.

         “¿Quieres divertirte más aún? Te esperamos”

Evidentemente no tarde en levantarme  – completamente- y dirigirme al baño a acompañar las pobres chicas aburridas.

Allí estaban las dos, el encantador espíritu de los bosques mirándose al espejo, y la hija de Poseidón abrazándola por la espalda y peinándola con los dedos. La inocente reina de la selva alargó la mano para que me acercara, y obedeciéndola, di dos largos pasos hasta llegar a cogerle la mano y abrazarla también. Ambas a la vez, con una sincronización absoluta, silenciosa, se acercaron a mi cuello y lo recorrieron con sus labios de musgo y agua. La rubia oceánica desabrochó ágilmente mis pantalones y me acarició con sus delgados dedos hasta que empujó a su amiga para que se arrodillara. La niña de musgo me acarició con su lengua y tragó cada trocito de mí que su garganta le permitía, mientras su amiga le recogía el oscuro pelo en un puño y la empujaba hacia mi pequeña muerte entre sus labios. Rebosaban sus labios mientras yo perdía la vista y la orientación, sumergido, ahogándome en un profundo y turbio lago, perdido en una altísima y frondosa selva.

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