Como siempre solté un grito de miedo, de susto, de asfixia, de pérdida de control. La ancha cinta de terciopelo verde brillaba alrededor de mi cuello y se enrollaba bajo su mano enfurecida y tensa, aprisionándome, quitándome el aliento. Casi no sabía distinguir si me gustaba o me daba miedo. Hipopsifília se llama. La suavidad de la tela le permitía descargar todo su nervio sobre mi cuerpo sin dejar llagas y confundirme a mí en una sinestesia de olor y tacto. Sudor, saliva y sangre. El aire que me falta sabe a terciopelo.
Huele a lo que sabe
