A Juliet.
Pasaron un par de ideas por mi cabeza cuando la vi entrar en la cocina con mi camiseta favorita y unos calcetines a rayas marrones y azules, pero me contuve ,y simplemente la cogí en brazos y la senté en el mármol. La miré unos instantes y… ¡que bonitos ojos! Reflejaban cada uno ciencia y literatura. Razón y pasión. Recorrí con mis dedos la silueta de sus piernas hasta, que con una sonrisa, se estremeció. Su sonrisa era filosofía. Me miró fijamente, me apartó un mechón de la cara, y me besó tiernamente. Arte. Siempre habrá poesía, B.
Bajó del mármol, me tomó del brazo y me llevó a la ducha, abrió el grifo y cerró los ojos. El agua la embellecía: su piel pálida, brillante ahora bajo la cascada, parecía de vainilla; sus mejillas de escarlata se veían ahora más encendidas, su cabello, que apenas llegaba a cubrirle los pechos, parecía un manojo de hilos de oscura seda, y sus párpados, ennegrecidos por el maquillaje, encerraban un mar claro y rebelde, una personalidad inquieta, una mente abierta, un espíritu joven, un corazón generoso,… una desconcertante cercanía a las musas. Me aproximé a ella, los dos bajo el agua, y recorrí su cuello con mis labios, cual hormiga o mariposa; sabor a manzana, chocolate, canela, fresa,… ¿Lo puedo dejar más claro? Al separarme, ella entreabrió los ojos, suspiró y los abrió completamente, clavándome una mirada serena, pura y clara como el agua que nos bañaba. Cerró el grifo, y aún mirándome fijamente, con un dedo acarició mis labios finos, mojados, y luego los suyos. La miré un instante, conté hasta tres, y ante su sorpresa, la llevé a mi habitación en brazos, goteando agua por el pasillo, y la dejé encima de un montón de cojines que había en la cama. Ella, aún con expresión de sorpresa, sonrió:
-¡es imposible aburrirse contigo!
Sonreí también, me senté detrás de ella, la abracé por la cintura y entre besos y caricias le conté diez mil historias de musas y dioses, héroes y ninfas. Ella, me parecía tan afín a esas criaturitas… frágil y dulce, elocuente y capaz. Cuando acabé mi relato ella parecía fascinada, en otro mundo… Se echó en la cama, la tapé y me eché a su lado. Me quedé largo rato sin poder apartar la vista de sus maravillosos ojos oceánicos solo hasta que ella murmuró, casi avergonzada, “Tengo hambre…”.