-Amor, no puedo más. Tengo que decirte algo, algo que llevo guardando desde el día que nos vimos por primera vez.
-Claro amor, cuéntame, no me preocupes más. – Él se incorporó hacia ella, todas las facciones arrugadas por el suspense.
-Lo siento mucho… pero en realidad no me gusta Boards of Canada. De verdad, amor mío, ya no sabia como decírtelo …
-Serás moderna de pueblo- Insinuó él, sin palabras, en su habitual silencio pensativo.
-Es aburrido y no tiene ningún sentido, solo hacen sonidos raros, seguro que ni ellos saben lo que…
Él se levantó con la expresión rota y se podía ver como, a través de la tela gastada de su camisa de segunda mano, le temblaba el corazón en un baile de amor y odio, recordando cada gesto de amor que él profirió por ella. Entreabrió sus labios y exhaló un denso suspiro sin conseguir que saliera de ellos una palabra. Consiguió serenarse, al cabo de unos segundos, y recobrando la pasividad que le caracterizaba profirió:
-… Bueno, pos molt bé, pos adios.
-Tenías razón. Lo siento – Y derramó una única densa lágrima que atravesó su mejilla hasta sus labios, y notó el sabor de la culpa y la incultura.
-No pasa nada cariño, lo importante es que has entrado en razón – Se sentó junto a ella y la abrazó fuertemente, enrollando sus piernas con las de ella como si fueran el cable de unos auriculares.
-No estaba preparada para su complejidad…-
-Ya lo sé… Ahora, ya está, cari. Te quiero.
-De verdad?
-Te lo voy a demostrar. – Saltó del sofá desarrollándose de ella, y se acercó a una larga estantería que guardaba discos de vinilo con la misma doctrina que lo haría la biblioteca de Harvard. Sacó uno que llevaba una cubierta brillante, plastificada, y girándose hacia ella, lo desenvolvió muy lentamente, desnudándolo con dulzura.
-Boards of Canada: The Campfire Headphase. Edición masterizada. Completamente nueva. Limitada y numerada. En su envoltorio y en perfectas condiciones.Y va a sonar solo para ti y para mi. –
Ella no podía quitar los ojos de encima suyo, gratificada por el sacrificio que él estaba realizando en ese momento, tan lentamente, disfrutando de la textura, del olor del cartón sagrado. Cuando el sacó el plástico negro de su funda y lo colocó delicadamente en el pinchadiscos, ella se deesabrochó la blusa con prisa, mirándo como él esperaba a que sonaran las primeras notas, con los ojos cerrados, para girarse hacia ella y acercarse en un baile lento que más bien parecía un tambaleo torpe y arritmico. Ella tiró la blusa al suelo y pegó su piel cálida a la áspera camisa de segunda mano del chico, que la besó en la frente, condescendiente y paternal.
-Tu tranquila, pronto vas a saber más que los de Radio3.